jueves, 2 de mayo de 2013

(Nota)

Bueno, a los que vayáis a leer ahora, o ya hayáis leído el relato 3, deciros, que en un par de días conoceréis el final de la historia. Este relato 3 no es de mis favoritos desde luego, pero si me parece importante como introducción para la que es mi historia favorita, así que por favor, sed paciente e intentaré recompensaros. Muchas gracias por leerme y espero que os lo paséis bien mientras lo hacéis.

Relato 3(1)


“No temas a lo desconocido y puede que vivas mañana, para conocer…”
              Había cierto revuelo en el aeródromo, siete de los ocho integrantes de la expedición “Antartica 8816” pululaban frenéticamente, buscando, ordenando y cargando sus equipajes. Dado que Greg había sido el primero en llegar y cargar, se puso a flirtear con la piloto que los llevaría hasta la Antártida en un vuelo de casi 16 horas.
Ella se mostraba interesada en la expedición, así que la conversación era fluída.
-Entonces, ¿Qué vais a hacer allí exactamente?, puedo suponer que no vais de visita turística.-Ella soltó una alegre carcajada, que iluminó su rostro, haciendo que Greg se interesase aún más en ella.
-Verás, hace cosa de un mes, los “frikis” argentinos de la base científica Belgrano II decidieron adentrarse en el interior del continente a hacer una serie de excavaciones, porque decían que habían encontrado una fuente de calor y no sé si recuerdas aquella película, la de “Alien Vs Predator” que empezaba igual, así que se cagaron y decidieron llamarnos para hacer nosotros las investigaciones.
-¿Cómo que una fuente de calor?, o sea, ¿se supone que hay algo vivo ahí, o algo así?
-Bueno, no necesariamente,  las lecturas muestran un foco poco intenso, podría ser desde una especie de cementerio animal de ballenas o algo, que haya algún canal bajo el hielo, se sabe que algunos animales van a determinadas zonas a morir, o incluso los restos de alguna antigua base nazi, el único problema es que está a unos ochenta metros de profundidad y es un terreno algo inestable, según el sonar habría una especie de túneles o cámaras alrededor del foco, lo que me hace suponer que lo más probable es que sea algún tipo de cementerio, es más, apostaría por ello.
-Espera, espera, ¿bases nazis?
Greg soltó una carcajada y contestó con una amplia sonrisa:
-Efectivamente, durante la segunda mundial, los nazis establecieron algunas bases en la Antártida donde diseñaron algunos aviones raros e hicieron algunos experimentos. Ya sabes, cosas nazis…
Marcus gritó en ese momento:
-¡Eh mirad todos, ya llega Vincent! ¡Llegas tarde, colega, para variar!
Vincent mostraba un aspecto un tanto lamentable, cargado hasta el extremo de bolsas y mochilas, y con unas ojeras quilométricas, señal de haber estado varios días sin dormir.
Greg se disculpó con la piloto y fue a saludarlo.
-Vincent tio, ya era hora, veo que te has vuelto a tomar muy en serio lo de dormir todo el viaje, cuantos días llevas sin pegar ojo, ¿tres?, ¿cuatro?
-Solo dos Greg y ahora cállate y ayúdame  a cargar, estoy deseando largarme ya y poder dormir, sabes que odio volar, pero bueno, sobar se me da de vicio.
Ambos compañeros cargaron el equipaje y se dispusieron a partir. El cielo estaba despejado cuando despegó el avión.
                   Dieciséis horas después, el pequeño biplano tomaba tierra en la pista de aterrizaje de Belgrano II donde tres científicos argentinos aguardaban. Cuando los tripulantes de la nave comenzaron a descargar los argentinos se acercaron a Vincent, que sería el cabecilla de la operación, para discutir el procedimiento. El resto de la tripulación siguió con sus tareas. Más tarde, en el comedor, Vince les explicaría el funcionamiento de la misión. Y así fue, tres horas más tarde se acordó una reunión en el comedor. Fueron llegando en pequeños grupos, primero Marcus, Greg y Burton, que eran los geógrafos mas experimentaos, después llegaron David, encargado de demolición y perforación y Brian, Zac y Gustaf, que eran una especie de manitas. Casi de últimos llegaron los tres argentinos, que se encargarían de las comunicaciones por radios. Por último, como siempre, llegó Vincent.
Este se subió a una de las mesas del comedor, con excesiva teatralidad, y se dispuso a explicar el procedimiento.
-Bien señores, me dispongo a explicarles lo que haremos la próxima semana, pero antes, tengo el honor de presentarles –dijo mientras señalaba a los argentinos- a nuestro grupo de comunicaciones y suministros, que se encargarán de mantenernos a salvo, son Alejandro, Saúl y Fede. Bien, una vez hechas las presentaciones, al tema, básicamente, esta gente ha detectado un foco de calor, de unos quince grados centígrados a, aproximadamente, ochenta metros por debajo de la capa de hielo. Para nuestra desgracia no disponemos de imágenes vía satélite claras porque debido a este foco de calor, se produce una neblina constante, así que prácticamente vamos a ciegas. Lo que haremos es lo de siempre, estableceremos campamento, haremos un barrido de sonar, perforaremos y a ver qué es lo que nos encontramos. Esta perforación tiene un riesgo extra y es que los primeros barridos indican que susodicho foco de calor está rodeado de pequeños túneles o cavidades, quizás por influencia del propio foco y por causas ajenas a él, no lo sabemos, pero tendremos que ir con cuidado. Es por esto por lo que contaremos con un equipo de comunicaciones, una vez estemos allí, todos y repito, todos, debemos estar comunicados las veinticuatro horas del día, debemos responder, siempre, a las llamadas del walky y si en algún momento perdemos la comunicación por radio, solucionar el problema lo antes posible, no quiero accidentes, todo tiene que salir perfecto, ¿ha quedado totalmente claro?
La multitud asintió casi al unísono y a continuación salieron del comedor a preparar sus equipo y a dormir, saldrían al amanecer.

                    Serían eso de las cinco y media de la madrugada cuando el equipo se dispuso a partir, repartidos en cuatro motos de nieve, un jeep y la perforadora. El trayecto fue corto, de apenas hora y media y una vez en la zona crítica el campamento estuvo montado en apenas otra hora y media. El ambiente era calmado pero algo misterioso, motivado en parte por la espesa bruma que todo lo cubría. Los argentinos, atareados en la mayor de las tiendas, que albergaría los equipos de telecomunicación, estaban más nerviosos que el resto, el equipo de Vincent era un equipo experimentado, que ya había excavado varias veces en la Antártida, muchas veces en busca de pozos de petróleo y otras veces buscando bases militares abandonadas o algún que otro elemento extraño en el hielo, pero ellos no, era la primera vez que se alejaban tanto de la costa y el hecho de que el transporte hasta un lugar más relativamente seguro estaba disponible solo una vez al mes, no los tranquilizaba.
Mientras tanto Greg y Marcus se apresuraban en hacer el barrido de sonar de la zona, para poner a trabajar la perforadora lo antes posible. Todo el trabajo inicial estuvo terminado en apenas tres horas así que Vincent reunió al equipo para comenzar con la excavación.
-Bien, amigos, el barrido de sonar está listo y nos encontramos ante una estructura sólida. Por experiencias pasadas estamos casi seguros de que se trata de una base nazi abandonada, sobre todo porque tiene una forma muy clara de esvástica. El sonar muestra tres zonas diferenciadas, en primer lugar lo que creemos que sería la parte más puramente militar, la de forma de esvástica, luego nos encontramos con una red de túneles y almacenes que sería la zona número dos y por último tenemos esta gran zona de aquí- dijo señalando en el mapa que los ordenadores habían dibujado con una precisión asombrosa- una especie de nave industrial enorme de la cual proviene nuestro foco de calor. El sonar nos muestra que la estructura en la zona tres es algo más endeble, así que entraremos por ahí. Antes de nada, mentalizaos de que siempre nos podremos encontrar con algún cadáver, estas bases fueron muchas veces abandonadas a su suerte, así que estad preparados. Ahora terminaremos de preparar la perforadora, la pondremos a funcionar y a dormir. Mañana por la mañana entraremos.


           A la mañana siguiente, un hedor nauseabundo colocó en pié a todo el campamento. El olor a podredumbre infestaba el ambiente y los miembros del equipo se apresuraban a encontrar las máscaras antigás que siempre llevaban para caso de emergencia. Una vez todos estuvieron equipados se acercaron se dispusieron desmontar la inmensa broca de la perforadora, que había horadado un orificio por el cual apenas cabía una persona. Marcus se acercó a Vincent, preocupado.
-Vince, esto es muy raro… ¿Estás conmigo verdad?
-Totalmente, de todas formas, bajaremos ahí, a ver que nos encontramos.
Vincent se dio la vuelta y se dirigió al resto del equipo, que observaban el agujero de forma inquisitiva.
-Bien, Marcus, Greg y Yo bajaremos a echar un vistazo, preparadnos el equipo y montar los amarres para que podamos descender, rápido, creo que a ninguno nos gusta este olor, así que cuanto antes acabemos, antes nos iremos.
Todo el mundo se apresuró en sus tareas, Greg, Marcus y Vincent se preparaban para bajar, con trajes estanco y mochilas de supervivencia. Burton se estaba encargando de monitorizar a los demás para tener listo los amarres lo antes posible, mientras que los argentinos realizaban los últimos retoques a los aparatos de radio.
En apenas veinticinco minutos todo estuvo listo y los tres miembros del equipo de exploración comenzaron el descenso.

               Seis horas más tarde el centro de investigaciones Belgrano II recibió una llamada de socorro desde el campamento. Después, solo silencio.

jueves, 25 de abril de 2013

Relato 2


“El miedo será tu compañero”
El silencio se apoderaba de la celda, aderezado con hedor a heces, humedad y el intenso dulzor de la sangre que impregnaban el ambiente, silencio solo a veces roto por los aullidos de dolor de algún infeliz, desconocido para él, aullidos que ansiaba escuchar lejos. La oscuridad y la espesa atmósfera que habitaba el lugar minaban su mente, consumían su alma lentamente, en una infinita agonía, lo sumían en un agujero inmortal. El suelo, encharcado y resbaladizo se extendía antes sus pies como un mar, surcado por ratas y no por peces.
El carcelero entró.
De pronto, el casi imperceptible murmullo de lamentos cesó por completo y aquel silencio se hizo tan pesado, tan espeso y tan oscuro que haría flaquear hasta al más fuerte. El sonido de los pasos del carcelero y el reflejo de su antorcha en los innumerables charcos colmaron las retinas de todos los desdichados que allí se encontraban, rezando para que el calor de aquella llama no se les aproximase.
Sonaban los pasos, uno, dos…
Uno, dos…
Uno, dos…
Uno…
El carcelero, oculto tras una capucha negra, desprendía un intenso olor, dulce pero penetrante, tanto que hería. Estaba postrado delante de su celda, y cuando aproximó la antorcha a su rostro, éste se iluminó dejando ver una maquiavélica sonrisa plagada de unos dientes cobrizos consumidos y unos ojos tan macabros que hasta un lobo dejaría de dormir ya de por vida.
-Así que tu eres el afortunado, ¿eh?, maravilloso, realmente maravilloso…
Aquel que sería su verdugo tomó de un bolsillo un pesado manojo de llaves que observó durante apenas un segundo, escogió una y la introdujo en la cerradura de la celda. Giró despacio y con un leve crujido el mecanismo que liberaba la voluminosa puerta de hierro oxidada se desplazó, dejándola libre y abierta. El carcelero entró, riendo, y cogió al preso, desnudo, flaco y consumido, por la espesa cabellera que lleva meses creciendo, confundiéndose con otra espesa barba. Él se resistió, luchó con las pocas fuerzas que le quedaban para liberarse, pero el hambre fue más fuerte que su espíritu y se desplomó, quedando inconsciente y preparándose para morir.
Una gota, dos…
Tres gotas…
Cuatro…
El sonido rebotaba en aquella pequeña habitación de piedra, amplificándose y volviéndose mayor de lo que era.
Cinco, seis…
Siete gotas.
Abrió los ojos y observó el oscuro techo que le cubría, miró a su alrededor y descubrió una habitación pequeña y en una esquina, lúgubre, descansaba el hombre que lo torturaría hasta morir. Se observó a sí mismo y se descubrió atado de pies y manos a una extraña cruz de madera, con un mecanismo en su centro, lo cual supuso que haría que esta se extendiese, y dado que estaba atado de pies y manos a ella, lo extendería a él también. Una lágrima de desesperación recorrió su mejilla y un sollozo ahogado despertó del trance al hombre que yacía en la esquina.
Sin mediar palabra, este se acercó, comprobó cuidadosamente la calidad de los amarres, primero en las manos, luego en los pies.
-Por favor, no lo hagas, te lo suplico, te lo ruego. -El condenado apenas balbuceaba entre sollozos, pero su trágica estampa no pudo conmover al hombre de la capucha, que con la habilidad monótona de un artesano comenzó a girar la rueda que activaba el mecanismo.
Al principio no hubo dolor, pero el preso gritaba, lloraba, rogaba y maldecía, hasta que finalmente llegó y como una descarga su rostro se contrajo, en una mueca horrible, sus ojos se abrieron hasta lo inimaginable, su boca igualmente abierta casi se desencajaba y el aire que entraba en ella no le dejaba respirar.
Un crujido, en las muñecas.
Luego, los tobillos.
Pensó que una vez hubiesen partido, el dolor se disiparía y tan solo notaría la presión de la máquina, pero no fue así, subiendo desde los pies, recorriendo sus piernas y bajando de sus manos, recorriendo los brazos, como si fuesen un millar de agujas afiladas el dolor se apoderó sin piedad de su cuerpo, lejos de cesar, aumentaba en intensidad, cada vez más… cada vez más…
Otro crujido…Las rodillas
Entonces cerró los ojos, aquella ola inmensa que lo recorría lo dejó inconsciente y volvió a llorar, pensando que algún dios misericordioso tomaría piedad de él.
A pesar de sus plegarias, volvió a despertar esta vez en una habitación más grande, perfectamente iluminada por la luz de cientos de velas y el brillo de una docena de ojos, que lo observaban callados, impacientes y nerviosos. Miró primero a su alrededor y luego arriba… y lo que descubrió le horrorizó tanto que si hubiese podido habría llorado, pero ya no podía…
El péndulo afilado colgaba del techo, pesado y rígido, sostenido por una gruesa cadena conectada a un complejo sistema de poleas.
Un hombre, seguramente un obispo dio la orden con un leve agitar de su mano y el verdugo comenzó a bajar el péndulo. El condenado, preso de la desesperación se retorció en el lecho de madera donde se encontraba, intentando liberarse de las rígidas correas que lo apresaban. Entonces el dolor volvió, sus extremidades, hechas añicos, no solo no respondían, si no que cada vez que convulsionaba su cuerpo desesperado, estas le respondían con un punzante dolor, que trastornaba su rostro y consumía su alma.  Estaba atrapado de todas las formas posibles y el péndulo estaba ya a la mitad de la altura. Entonces el verdugo cogió una cuerda que estaba atada a uno de los extremos del afilado péndulo e hizo que este se comenzase a balancear, en un baile macabro y mortal, pero que los asistentes al ritual, encontraban de alguna manera, hermoso.
Seguía bajando.
Un poco más.
La tensión en el aire era palpable, el brillo de aquella docena de ojos se hizo más intenso y se podía escuchar la respiración profunda de aquellos que eran consumidos por la impaciencia.
Un poco más.
El péndulo estaba apenas a un metro y medio de su estómago y entonces comenzó a bajar más despacio. Nuevamente la desesperación se apoderó de su cuerpo y haciendo caso omiso al dolor se retorció con una fuerza sobrehumana, tratando de liberarse, sin éxito, ni piedad, de su mortal prisión.
Apenas un metro.
Poco a poco.
El sonido del péndulo zumbaba, mezclándose con la respiración de todos, creando una macabra melodía. La última melodía.
Apenas medio metro y comenzó a notar la ligera brisa que desprendía el artefacto al mover el aire de la habitación.
A apenas centímetros de su estómago, el hombre cerró los ojos preparándose para el horror.
Un poco más.
Un poco más.
Apenas un poco.
Un poco más.
El frio acero afilado tocó su estómago, haciendo un corte. El hombre gritó, ya no por el dolor, si no por la sensación de sentir. Intentó removerse una vez más, haciendo que el péndulo esparciese la parte superficial de sus intestinos y su estómago por el habitáculo. Uno de los asistentes contuvo una arcada, mientras los otros observaban en silencio. El aparato continuó penetrando cada vez más, esta vez estaba seguro de que sería el final, así que calculó su último aliento, y cuando el péndulo tocó su columna inspiró profundamente y gritó.
-¡Caelum, terra et mare! ¡Os maldigo, a vosotros y a vuestros hijos, pagaréis por esto mientras vuestra sangre exista, corriendo como la mía corre hoy, llorad ahora, bastardos, pues vuestro final está cerca! ¡Et Maledicam!
          ....Silencio…
Esa noche, la luna brillaba llena, el silencio reinaba alrededor del monasterio y un aura extraña rodeaba el lugar, se repetía aquel silencio espectante y aquellos que antes callaban, desearían no haberlo hecho.

miércoles, 24 de abril de 2013

Relato 1


“Imagina la sensación indescriptible de sentirte atrapado en la mas inmensa soledad, imagina encontrarte ante un terreno inmenso y sentirte atrapado en una jaula de agonía y vacío… Ahora ya sabes cómo debes de sentirte… cierra los ojos… ya empieza…”
         No podía dejar de correr… sus piernas, entumecidas, volaban sobre la hierba. Otra vez crujidos, aceleró el ritmo, sentía un fuerte dolor en el pecho, como si un puño invisible se aferrase a su corazón, ese músculo vital… y respiraba tan profundo, que el aire frio de la noche ardía como el fuego al llenar sus pulmones…
Más crujidos…
Vislumbró un claro y lo atravesó tan rápido como pudo, todavía no había conseguido ver la cara del hombre, o ser, que le perseguía, pero no tenía intención de hacerlo ahora.
Un tronco.
De manera inconsciente saltó por encima, al aterrizar, notó como una vibración recorría sus piernas hasta dormirse en su cadera, como una leve descarga. Dos caminos… Tomó el de la derecha, levemente mas iluminado, quizás porque había menos árboles. Aceleró un poco más el ritmo, cada vez sentía más fuerte esa presión en el pecho, como si alguien empujase con fuerza y el aire que antes quemaba ahora simplemente fluía rápido y rascaba, como si respirase algo afilado…
Una sombra se cruzó veloz a su lado, el corazón se salió del pecho, desbocado, sintió que no llegaría, si es que estaba yendo hacia algún lugar, así que viró a la izquierda y atravesó la arboleda. La maleza, en gran parte silvas, rasgaron su piel, la cara, los brazos, las piernas… Pero no podía dejar de correr… No podía… Siguió corriendo…
Al llegar a lo que supuso que sería el camino que antes estaba a la izquierda siguió recto, no sabía si avanzaba o retrocedía, tan solo corría… La pesadez y el cansancio que antes ralentizaban su cuerpo simplemente habían desaparecido… Ya solo había dejado de sentir, su mente se había nublado y tan solo un objetivo… Correr.
De pronto otro crujido, esta vez mas fuerte, esta vez… más cerca…
De pronto no pudo correr, su pierna izquierda, retorcida, se lo impedía… Estaba rota… ya no podía correr…
El silencio se apoderó de la oscuridad… Durante casi una hora había escuchado el veloz zumbido de los árboles que iba dejando atrás, ahora no, ahora solo silencio.
Pero algo tiñó esa silenciosa oscuridad, un dolor agudo y punzante, inmenso y tan intenso que hacía que pitasen los oídos, se percató de que la pierna estaba rota, y dolía…
Pero pronto se olvidó del dolor, la sombra que llevaba tiempo esquivando se colocó tras de sí y lentamente comenzó a avanzar…
Se arrastró, rápidamente… jadeando, con la desesperación de aquel que siente el final cerca. Las nudosas raíces y las hojas que cubrían el suelo desgarraron la piel de sus brazos, el olor a sangre inundó el aire y ya solo pudo desistir, ahora, la pesadez que había dejado de sentir hace rato se desplomaba encima, como una losa etérea que sentenciaba la muerte.
Y la sombra también estaba encima y lo último que sintió fue el aliento cálido de un hombre en su oreja, una sonrisa y una oscura voz que susurró…
-Has sido rápida, pero no lo suficiente…


A la mañana siguiente el cuerpo de policía local encontró el cuerpo de la mujer despedazado, como los anteriores casos, todos iguales, a la víctima le faltaban los ojos y el corazón, la sangre teñía la escena del crimen y como siempre el mismo color de pelo…
No sabían quien lo hacía, ni porqué, pero estaban seguros de que aquella mujer, no sería la última…